lunes, 3 de enero de 2011

Comparte Héctor de Mauleón memoria histórica de la Ciudad de México

Ciudad de México / lunes, 03 de enero 2011
Distrital Revista

El periodista y escritor Héctor de Mauleón se ha encargado de traer historias al presente a través de su libro “El derrumbe de los ídolos. Crónicas de la ciudad”.


En 1918 la Ciudad de México vio morir en sus calles a cientos de personas. Sus avenidas eran, literalmente, morgues. Los cuerpos que no habían podido alcanzar un digno ataúd, se pudrían en las banquetas.

Cualquiera que permaneciera inmóvil por largo rato, era declarado muerto. Sólo uno pudo lograr moverse dentro del féretro y causar el horror de sus supuestos deudos.

Las posibilidades de que exista una persona que recuerda este duro capítulo en la vida de la Ciudad de México, son casi nulas.

El periodista y escritor Héctor de Mauleón se ha encargado no sólo de traer estas historias al presente a través de su libro “El derrumbe de los ídolos. Crónicas de la ciudad”, sino sobre todo de homenajear a la capital del país y a quienes han dejado testimonio de ella, letra a letra: sus periodistas.

De Mauleón (Ciudad de México, 1963) ha visto al periodismo como una herramienta para construir la memoria histórica de una ciudad, que, por su inmensidad, es vulnerable al olvido.

En este volumen, editado por Cal y Arena, rescata no sólo los días en que para los capitalinos besarse era un asunto de vida o muerte, sino también a los personajes que, si bien han sido inmortalizados, siguen teniendo tras los velos de la glorificación colectiva, anécdotas poco conocidas que contribuyen a su humanización.

Así, el autor de obras como “Marca de sangre. Los años de la delincuencia organizada”, dibuja en tan sólo unas líneas las emociones de fe y angustia que experimentó una de las más grandes figuras del boxeo: El Ratón Macías, cuando escribe a su madre antes de la pelea decisiva de su carrera: “Te ruego, mamacita, no me apartes ni por un momento de tus oraciones”.

Pero, es la ciudad en sí misma y sus habitantes, los ejes centrales de la atención de Héctor de Mauleón, quien ha dirigido diversos suplementos culturales y es actualmente subdirector editorial de una revista del mismo corte.

Por ello, se ocupa de casos que revelan su idiosincrasia y su modo de concebir el mundo, con sus sueños de volar y sus tragedias ensangrentadas.

Y, es que si bien la capital es el principal consumidor de nota roja del país, De Mauelón no duda en traer a este derrumbe de ídolos la historia del día en que las “piernitas de un niño” fueron encontradas dentro de un cañón.

Al periodista le interesa contar lo que han sido capaces de hacer los capitalinos, pero le importa más develarle al lector que sus periodistas no han carecido de indignación al momento de informar lo que lacera a la sociedad.

El volumen editado en el año en que se celebró el Centenario de la Revolución Mexicana, sin ánimo de formar parte de la efeméride, De Mauleón trae al presente cómo hace 100 años en esta ciudad, a veces tan cansada de seguir asombrándose, tuvo un día “la ilusión de ver volar” y fue Alberto Braniff el encargado de cumplir el sueño al alzar sus alas en los llanos de una ex hacienda de Balbuena.

“Revisar, un siglo después, las páginas de la prensa porfiriana es sumergirse en los pliegues de un mundo triunfal, habitado por la fe en la ciencia, prendido con las uñas a la noción de que el progreso tecnológico iba a abrir de modo tajante las siempre postergadas puertas del futuro”, escribe De Mauleón.

La llegada de la luz a la capital, la fantasmal aparición de las voces del aire captadas por la radio a su llegada a la urbe; la sequía urbana de 1922, la caída del Ángel a causa del sismo en 1957, la muerte de Pedro Infante, la llegada de Tláloc, dios de la lluvia, al Museo de Antropología en 1965, bajo el peor aguacero en 15 años, son el resto de las historias que conforman esta obra.

Cada una de estas estampas si bien están cargadas de nostalgia por una ciudad que no existe más, fue escrita con el asombro de quien se adentra a las páginas amarillentas de los viejos diarios como si fueran máquinas del tiempo.

Con el fin de volver al presente con la certeza de que los periodistas tienen la obligación de cronicar el acontecer nacional y los lectores de entender que día a día se construye la historia del país y no se puede ser simples observadores. (Con información de Notimex)

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